El Dios de las Cadenas Pecaminosas y Bellwod, atado con cadenas.
Una extraña escena recibió a Heinz y sus compañeros.
En el centro de una enorme prisión, había dos seres atados por un sinnúmero de cadenas.
Uno de ellos era un joven de rasgos ordenados que brillaba débilmente. El otro era algo que parecía tener forma humana pero que se encontraba en un estado espantoso.
Heinz se sintió abrumado por la escena que le esperaba en el piso más profundo de la Mazmorra de las Pruebas.
«¿Qué demonios es esto…?», dijo Heinz, apenas consiguiendo hablar con voz tensa. «El hombre resplandeciente es probablemente el dios heroico, el campeón Bellwood… ¡así que eso significa que el otro es el Dios Maligno de las Cadenas Pecaminosas!».
El abominable dios maligno del que se hablaba en las leyendas, el poderoso dios al que se decía que Bellwood había derrotado, pero a costa de su propia caída.
Pero lo que Heinz y sus compañeros estaban contemplando no parecía un ser semejante.
Su forma general era similar a la de un ser humano. Donde debería haber pelo en sus dos cabezas, había cadenas; y cada uno de sus cuatro brazos tenía numerosas cadenas desde el codo hacia abajo, en lugar de un antebrazo. Sólo tenía dos piernas, pero acabadas en pezuñas de cabra.
Pero eso era todo lo que Heinz y sus compañeros sabían.
«¿Es esto… el sello? Hay un incontable número de estacas atravesando su cuerpo», murmuró Heinz.
El ser que parecía ser el Dios Maligno de las Cadenas Pecaminosas había sido empalado por tantas estacas que no se le veía la piel. Le habían clavado estacas en las extremidades, el torso y todos los orificios de ambos rostros, inmovilizándolo contra la pared gris que tenía detrás. Lo que parecía ser sangre goteaba de sus pezuñas.
«No puedo imaginar que se trate de heridas infligidas durante la batalla. Es como un cadáver que murió después de ser torturado. ¿Bellwood hizo esto?», dijo Jennifer, que había estado gimiendo en voz baja con disgusto.
«Eso no puede ser», refutó Diana inmediatamente. «Según las leyendas, Bellwood y el Dios Maligno de las Cadenas Pecaminosas se golpearon simultáneamente. No puedo imaginar que él hubiera tenido el tiempo y la compostura para hacer esto».
Su argumento no se basaba en nada sustancial. Después de todo, no había garantía de que todo lo que se decía en mitos y leyendas fuera cierto.
Era posible que Bellwood hubiera sido realmente derrotado y sellado por el Dios Maligno de las Cadenas Pecaminosas, pero los otros dioses que habían acudido en su ayuda habían sellado al enemigo, dejándolo en este espantoso estado.
Así de horrendas eran las heridas del Dios Maligno de las Cadenas Pecaminosas: no se parecían a ninguna herida que pudiera haber sido infligida durante una batalla.
«… Puede que Diana tenga razón», dijo Edgar, que por alguna razón mostraba una expresión apagada, mientras señalaba las estacas que habían atravesado al Dios Maligno de las Cadenas Pecaminosas. «El arma de Bellwood debería ser una espada. Las estacas son esgrimidas por Alda como método de castigo contra los dioses; son un símbolo de su autoridad como dios de la ley. No son armas de Bellwood».
Heinz y sus compañeros, que estaban envueltos en la atmósfera solemne de la escena en este piso de la Mazmorra, dejaron escapar pequeños jadeos de sorpresa al darse cuenta de que tenía razón.
Si Bellwood había sido sellado por el Dios Maligno de las Cadenas Pecaminosas y Alda lo había castigado, entonces tenía sentido. Podían entender por qué Alda había aplicado el castigo de una forma tan espantosa; después de todo, su propio campeón había sido sellado.
«Es increíble que te hayas dado cuenta, Edgar», dijo Delizah, sonando impresionada. «No me había dado cuenta de que esas estacas son el poder que Alda ejerce como dios».
«Supongo», dijo Edgar, evitando mirarla. «Es sólo que nunca se oye hablar de Bellwood usando otras armas que no sean una espada, y la historia de Alda empalando a Zuruwarn y Ricklent con estacas para castigarlos es bien conocida».
Pero el hecho de que esas estacas fueran un castigo impuesto por Alda no era algo en lo que Edgar se hubiera fijado.
Las estacas estaban manchadas con la sangre del Dios Maligno de las Cadenas Pecaminosas, sin absolutamente nada en ellas que sugiriera que eran de naturaleza divina, pero eran la autoridad divina de Alda… y, sin embargo, Edgar no tenía ni idea de cómo lo sabía.
Pensó en cómo había podido darse cuenta, pero no se le ocurrió nada. Había recibido la protección divina de Niltark, el Dios del Juicio, pero no era el tipo de adorador que memorizaba cada palabra de las sagradas escrituras.
La idea simplemente se le había ocurrido, con tanta naturalidad como si ya hubiera presenciado previamente cómo Alda clavaba esas estacas en dioses malignos.
«Edgar, ¿qué pasa? Estás actuando un poco extraño. ¿Has notado algo más?», preguntó Heinz.
No tenía dudas ni preguntas sobre la explicación de Edgar, pero había notado que su voz sonaba inquieta. Creía que cuando algo parecía raro con sus compañeros, era mejor no dejarlo sin tratar.
«No, no es nada», dijo Edgar. «Lo más importante es que deberíamos estar pensando en qué hacer a continuación, ¿no? No parece que vayamos a luchar contra más falsificaciones».
Ya había vuelto a ser el de siempre, y no parecía que fuera a hablar de sus propios sentimientos extraños con Heinz.
Pero Heinz no dejó el asunto y continuó con su interrogatorio. «Tienes razón, pero tú eres nuestro explorador, Edgar, y si has percibido algo y te lo guardas para ti, todo el grupo podría…».
«Qué ruidoso…», dijo una voz ronca y desconocida, interrumpiendo a Heinz.
Al darse cuenta inmediatamente de a quién pertenecía la voz, Heinz y sus compañeros alzaron sus armas y comenzaron a recitar conjuros para lanzar hechizos.
«Estas voces no parecen pertenecer a dioses ni a sus subordinados… ¿Son humanos?», murmuró la voz.
La voz pertenecía al Dios Maligno de las Cadenas Pecaminosas, el ser que estaba inmovilizado contra una pared por un incontable número de estacas.
Otra voz similar, que presumiblemente pertenecía a su otra cabeza, se rió entre dientes. «Humanos. Los primeros humanos que he visto en cincuenta mil años. Parece que aún no se han extinguido».
«¡¿El Dios Maligno de las Cadenas Pecaminosas no fue sellado?!» Delizah gritó.
Ni siquiera el explorador Edgar había prestado atención al Dios Maligno de las Cadenas Pecaminosas. Había supuesto que el dios maligno estaba sellado y en estado de inconsciencia, ya que se había quedado completamente inmóvil y no irradiaba presencia alguna.
Incluso ahora, no había sed de sangre ni sensación de presencia; si alguien dijera que lo que había en la pared era alguna exhibición horripilante hecha con mal gusto utilizando el cadáver de un monstruo, sería creíble.
«Sí, soy Jarodipus. Y sí que estoy sellado», dijo el Dios Maligno de las Cadenas Pecaminosas.
«¿O te parece que tengo libertad de movimiento?», dijo su otra voz.
A pesar de las estacas que habían empalado no sólo sus gargantas, sino también sus bocas y lenguas, sonaba divertido por el hecho de que Delizah y los demás se hubieran preparado para la batalla.
«… Si estáis sellados, ¿por qué podéis hablar? ¿No será una trampa para que bajemos la guardia?». preguntó Heinz, manteniendo su espada en alto y sin mostrar ninguna abertura.
Dirigió su intención asesina, agudizada por el entrenamiento que había recibido en esta mazmorra, hacia el dios maligno que tenía delante.
Pero el dios maligno se limitó a emitir una carcajada ronca y no mostró ningún signo de movimiento.
«Eso es porque no estoy completamente sellado. Como puedes ver, soy incapaz de levantar un solo dedo o incluso mover los ojos, y soy incapaz de reunir mi Maná. Tal y como estoy ahora, soy más impotente que un gusano», dijo.
«Pero mi conciencia no ha sido sellada. Alda decidió no hacerlo», dijo su otra voz.
«¿Qué quieres decir con eso? ¿Así que fue realmente Alda, y no Bellwood, quien te selló?», dijo Heinz.
El dios maligno de las cadenas pecaminosas volvió a reírse. «Parece que la historia que te han contado difiere de la verdad que yo conozco».
«Muy bien. Déjame que te la cuente», dijo su otra voz. «Después de todo, seas quien seas, soy incapaz de hacer otra cosa que hablar».
Y así, el dios maligno comenzó a hablar de la verdad que conocía.
Jarodipus había tenido la suerte de sobrevivir a la guerra entre el ejército del Rey Demonio y el ejército de los campeones que había tenido lugar cien mil años atrás. Pero sólo pudo sobrevivir y, como muchos de los otros dioses malignos, creía que no había esperanza de un futuro brillante para él.
No tenía intención de planear la resurrección del Rey Demonio, que había sido sellado. Arriesgar su propia seguridad por un sentido del deber hacia quien había perdido la guerra le parecía una tontería.
Pero también dudaba en aliarse con los dioses de este mundo. Sus valores eran completamente diferentes de los de los habitantes de este mundo, y no podía imaginar que la coexistencia con ellos fuera a ir bien.
Aun así, no era capaz de viajar a otro mundo con nada más que su propio poder, así que se mantuvo oculto mientras observaba cómo se desarrollaban los acontecimientos. Durante ese tiempo, Vida y Alda se separaron, y una guerra entre ellos comenzó sólo cien años más tarde, y Alda salió victorioso para convertirse en el líder de los dioses de este mundo.
A medida que la historia avanzaba, el mundo cambió en muchos aspectos, pero… Jarodipus mismo cambió significativamente.
La autoridad de Jarodipus estaba sobre el pecado y las cadenas, pero en el mundo del que era originario, esto se refería a «trampas».
La especie a la que pertenecía no poseía grandes cantidades de Mana ni características físicas increíbles. Sin embargo, habían evolucionado para poder cazar presas utilizando partes de su cuerpo como señuelos para atraerlas.
En el mundo del Rey Demonio, ser engañado era un «pecado». El castigo por ese pecado era ser devorado.
La naturaleza de Jarodipus como dios era muy simple, sin ningún significado profundo detrás, por lo que no era un dios especialmente poderoso.
Sin embargo, en Lambda, el significado de «pecado» era diferente. El «pecado» tenía un significado diferente según el tipo de pecado, el motivo y el método utilizado para cometerlo.
En Lambda, Alda dictaba lo que era pecado y lo que no, a través de las leyes y conocimientos que había otorgado a los humanos antes de verse obligado a dejar de residir en la superficie del mundo hace cien mil años, tras la guerra contra Vida.
Para empezar, los habitantes de este mundo eran los seres ideales para Jarodipus. En su mundo, aunque los fuertes mataban, jugaban y devoraban a los débiles, no tenían sentido ni conciencia de que estaban cometiendo pecados. Después de todo, hacer estas cosas era natural para ellos.
Sin embargo, el mero hecho de matar a otros de su misma especie hacía temblar a las criaturas inteligentes de este mundo bajo el peso de sus pecados. Les atormentaban las pesadillas, vomitaban la comida y, a veces, incluso acababan con sus propias vidas.
Jarodipus se había visto obligado a cambiar y adaptarse a este pesado concepto de «pecado».
Por supuesto, si se hubiera mantenido oculto sin adquirir nuevos adoradores, habría podido conservarse tal como era. Pero no ganaría poder y acabaría desapareciendo de la existencia.
Por eso había adquirido nuevos adoradores y se había convertido en Jarodipus, el Dios Maligno de las Cadenas Pecaminosas, que gobernaba el «pecado» tal y como existía en este mundo.
«Después de eso, me convertí en un dios diferente del que era antes. Lo que exigía a quienes me rezaban no era lealtad absoluta, ni la devoción de entregarme sus vidas, ni sacrificios en vida. Simplemente quería que obedecieran mis enseñanzas», dijo Jarodipus.
«Mis adoradores se convertían en líderes que difundían mis enseñanzas y no en ganado o peones. Eso era especialmente cierto entonces, ya que muchos de mis adoradores eran humanos», dijo su otra voz.
Unos cincuenta mil años después de aquello, Jarodipus intentó entrar en contacto con los dioses de la facción de Vida, mientras sus adoradores actuaban sobre todo como vengadores y caza recompensas.
Era difícil decir que sus adoradores formaban un culto, ya que eran individuos que sólo estaban débilmente conectados y no tenían un lugar que sirviera como base a gran escala. No tenían grandes objetivos, como asesinatos en masa, el derrocamiento de naciones o la destrucción de iglesias, ni realizaban rituales a gran escala. Por lo tanto, escaparon a la atención incluso de Alda y sus aliados.
Pero Jarodipus se vio incapaz de ponerse en contacto con los dioses de la facción de Vida.
Finalmente, fue descubierto por Bellwood, que invadió su Reino Divino.
«Pensé que se habría vuelto un poco más dócil tras convertirse en dios, pero voló de reino divino en reino divino, dando caza a dioses malvados y sellándolos, uno tras otro… aunque fue al ritmo de un dios malvado cada varios miles de años».
«Eso puede parecer mucho tiempo para un mortal, pero para nosotros, los dioses, no es más que un corto período de tiempo. O al menos, lo parece cuando se utiliza como medida de la rapidez con la que los dioses que una vez fueron mis aliados son sellados».
Jarodipus luchó contra Bellwood. No le había quedado más remedio que hacerlo. Pero la diferencia en su poder era asombrosa.
Aunque había ganado fuerza, Jarodipus sólo recibía el culto de un pequeño número de mortales; no podía compararse con Bellwood, que era adorado como campeón de los dioses por toda la humanidad.
Jarodipus creía que sería el siguiente dios malvado superviviente del ejército del Rey Demonio en ser sellado por Bellwood.
Aun así, se negó a someterse y a ser sellado voluntariamente; tras transformarse en el Dios de las Cadenas Pecaminosas de este mundo, sacó todo su poder divino y golpeó a Bellwood con él.
«Normalmente, esto se habría desviado fácilmente. Pero sorprendentemente, mi poder divino forzó a Bellwood a un estado en el que era incapaz de actuar».
«Su rostro se volvió blanco como una hoja de papel cuando empezó a temblar, y comenzó a gritar y llorar mientras se arrancaba el pelo».
«Dijo muchas cosas. Palabras como ‘Eso está mal’, ‘No es eso’, ‘Es un malentendido’. Pero después de eso, se calló y dejó de moverse».
«Estaba atrapado por mis cadenas».
Jarodipus parecía estar disfrutando mientras contaba esta historia.
«Después de eso… ¡¿Qué le pasó a Bellwood después de eso?!» gritó Heinz, dando un paso adelante.
Si Delizah no lo hubiera detenido, podría haber intentado agarrar a Jarodipus por el cuello.
Pero Jarodipus siguió hablando en su tono divertido, sin reparar en el comportamiento amenazador de Heinz.
«¿Qué ha pasado, preguntas? La respuesta está aquí misma, ante tus propios ojos».
«Incluso ahora, permanece atado por mis cadenas, aunque no tiene ningún sello».
«¡¿Q-qué?!» exclamó Heinz con incredulidad.
Completamente conmocionados, él y sus compañeros miraron al campeón Bellwood, el joven que irradiaba un suave resplandor. Bellwood había permanecido completamente inmóvil, con los ojos y la boca cerrados, desde el momento en que el grupo de Heinz pisó este suelo de la Mazmorra.
Heinz y sus compañeros habían pensado que se debía a que había sido sellado por el Dios Maligno de las Cadenas Pecaminosas, tal y como decían las leyendas.
Pero Jarodipus afirmó que no había ningún sello en Bellwood.
La conclusión inmediata de Heinz y Diana fue creer que mentía. Para ellos, el hecho de que fuera un dios maligno ya era razón suficiente para desconfiar de él. Y si realmente no había ningún sello en Bellwood, entonces no había razón para que Bellwood permaneciera inmóvil.
«Si Bellwood no ha sido sellado, entonces ¿por qué no se mueve? Si dices que la razón es tu autoridad divina, ¿qué le has hecho exactamente?», preguntó Edgar, antes de que Heinz y Diana pudieran empezar a exigir respuestas.
«… Mi autoridad divina son las ‘cadenas pecaminosas’, tal y como sugiere mi título. Es una forma de ataque a la mente, que muestra a la víctima las cadenas de sus propios pecados», dijo Jarodipus con un nuevo tono de voz, como si le complaciera especialmente esta parte de la historia.
Pero esta explicación era aún más difícil de creer para Heinz y sus compañeros.
«Si eso es cierto… la mente de Bellwood, la mente del líder de los tres campeones que derrotaron al Rey Demonio… está dormida por la culpa de los pecados que cometió», murmuró Edgar asintiendo mientras daba un paso atrás para dejar hablar a los demás.
Los rostros de Heinz y los demás mostraban conmoción, desconcierto, ira y duda, pero Edgar no sentía absolutamente nada.
Qué extraño. Aún no hemos llegado al fondo del asunto, y no tengo ni idea de si la gente nos creerá, pero se supone que es el descubrimiento del siglo. Y, sin embargo, no siento ninguna emoción o sospecha hacia lo que este dios maligno está diciendo. ¿Siempre fui una persona tan tranquila? se preguntó Edgar en silencio.
En cuanto vio a Bellwood, había sentido algo parecido a la irritación. Al saber que no se movería, esa irritación se había transformado en decepción, pero incluso esa emoción había desaparecido ahora sin dejar rastro.
Mientras Edgar callaba, desconcertado por sus propios pensamientos, sus compañeros seguían hablando.
«¡Eso es imposible!» dijo Diana apasionadamente. «¿Qué pecados dices que cometió Bellwood?».
«Pueden ser los mismos pecados que los míos», interrumpió Heinz.
Los demás miembros del partido, excepto Edgar, jadearon.
Jarodipus rió en voz baja. «Eso no es asunto mío. Lo único que hice fue mostrarle sus propios pecados. No tengo ni idea de quién eres tú ni de dónde vienes».
«Pero si sus pecados son los cometidos contra las razas de Vida y los que adoran a Vida… estoy seguro de que tiene razón». Bellwood luchó continuamente—en el mundo físico como mortal, y en los cielos después de convertirse en dios.»
«Todo lo que sé son los acontecimientos que condujeron a que Bellwood dejara de moverse. Después de eso, Alda se precipitó al lugar y clavó una montaña de estacas en mi cuerpo. Pensar que usaría incluso más estacas conmigo de las que usó con Vida. He recorrido un largo camino, ¿verdad?».
«Pero si me sellara mientras sigo conectado a Bellwood, Bellwood también quedaría sellado. Por eso simplemente me dejó aquí, y Bellwood y yo permanecemos unidos».
«Por supuesto, eso me dio la vista más espectacular de Alda llamando desesperadamente al dormido Bellwood. Teniendo eso en cuenta, ¡quizás este castigo no haya sido un precio tan alto!»
Habiendo hablado de todo lo que sabía, incluidos los acontecimientos que le llevaron a quedar aquí en este estado, Jarodipus dejó escapar una sonora carcajada de satisfacción.
De hecho, con las Estacas de la Ley de Alda empalando cada centímetro sobrante de su cuerpo, no podía hacer otra cosa que hablar usando sus pensamientos, y Heinz y sus compañeros no podían impedírselo.
«… Hemos llegado hasta aquí», dijo Heinz tras un largo silencio. «Ni siquiera el propio Alda consiguió traerlo de vuelta, así que no sé si hablarle tendrá algún efecto. Pero vale la pena intentarlo».
Pasó por encima de las cadenas y comenzó a acercarse a Bellwood.
«El hecho de que esta cámara nos estuviera esperando en el piso más profundo de esta Mazmorra significa que Alda espera que despertemos a Bellwood», dijo.
Dio un paso adelante, y su pie se posó sobre una de las innumerables cadenas que se arrastraban por el suelo.
En ese momento, la mente de Heinz se llenó de imágenes del pasado. Imágenes de hace más de diez años, en su país natal, la nación escudo de Mirg. Imágenes de cuando él y sus cuatro compañeros—incluidas los ya fallecidos Martina y Riley, antes de que Jennifer y Diana se unieran al grupo—capturaron a Darcia, la Elfa Oscura que había dado a luz a un Dhampir.
«Olvidé mencionarlo, pero mis cadenas son una manifestación física del concepto de pecado ineludible. Parece que tienes madera de futuro dios, pero por ahora sigues siendo un mortal, y conocerás tus propios pecados cuando los toques», dijo Jarodipus.
«Golpeé a Bellwood con estas cadenas, así que sólo sentirás una fracción residual de su poder. Pero hacerlo como mortal será una amarga experiencia», dijo su otra voz con una risa grave. ¿»¿Los mismos pecados que los míos”, has dicho? Dado que ya eres consciente de tus propios pecados, no te aconsejaría que fueras más allá».
Pero a pesar de las palabras de burla de Jarodipus, Heinz dio otro paso adelante.
La siguiente serie de imágenes que inundaron su mente fueron las de cuando llevó a cabo un encargo para dar caza a un grupo de Ghouls que habían atacado a un aventurero. Se vio a sí mismo trabajando con sus compañeros y otros aventureros para exterminar a los Ghouls mientras luchaban y se resistían desesperadamente.
«¡Eh! Ése debería ser mi trabajo como explorador, ¿no?», gritó Edgar, intentando apresuradamente detener a Heinz, a pesar de no sentir ningún interés hacia Bellwood por alguna razón.
Pero se encontró incapaz de moverse, como si tuviera los pies clavados en el suelo. Como si estuviera inmovilizado por un poderoso miedo a tocar las cadenas.
Heinz no hizo caso de las palabras de Edgar y dio otro paso hacia delante. Esta vez, vio los últimos momentos del padre de Selen, la niña dhampir a la que él y sus compañeros estaban dando cobijo. Si hubieran sido un poco más rápidos, podrían haberle salvado, pero llegaron demasiado tarde.
«¡Eh, no hay razón para caminar hasta allí como un tonto, ¿verdad?! ¡Podrías usar un hechizo para volar o cubrir las cadenas con algo antes de caminar sobre ellas!» gritó Delizah.
«¡Tiene razón, Heinz! ¡Sólo has dado dos pasos y ya estás pálido como una sábana!» dijo Jennifer.
Pero Heinz siguió adelante. Esta vez, eran imágenes de cuando luchó contra una secta que guardaba en secreto un fragmento del Rey Demonio, liderada por un Majin conocido como el ‘Santo de la Oscuridad’. E imágenes de años atrás, cuando su grupo huyó del Juicio de Zakkart, incapaz de salvar a su compañera Martina o incluso de traer su cuerpo con ellos.
Esto último era algo que Heinz lamentaba hasta el día de hoy, pero lo primero no lo consideraba un pecado en absoluto. ¿Por qué ese recuerdo rondaba ahora por su mente, atacando su conciencia como un pecado que había cometido?
«¿Te ha atacado un recuerdo que no crees que sea un pecado, y que no lo es ni siquiera cuando es escudriñado por las leyes de los humanos?», dijo Jarodipus, como si le leyera la mente. «Eso es porque mis cadenas son una manifestación del ‘pecado’, no de tu culpa. Si un hecho te ha hecho ser odiado porque hay quienes lo consideran un pecado, si hay quienes te denunciarían por el hecho, ¡entonces es un pecado!».
Heinz no pudo hablar, pero Edgar expresó lo duro que era aquello.
«¡¿Q-qué?! Si es así, ¡hasta los héroes y los santos serían pecadores!», gritó.
En efecto, ninguna persona que viviera en sociedad podría escapar del rencor de los demás.
Los exitosos y los fracasados. Los ricos y los pobres. Los ganadores de torneos de artes marciales y los perdedores. Los que intercambiaron votos matrimoniales con sus amantes y los que fueron rechazados por sus amores. Los que vieron a sus hijos regresar de la guerra tras ser reclutados y los que nunca volvieron a ver a sus hijos.
Ni siquiera los héroes y santos que realizaban grandes hazañas en tales sociedades podían evitar el resentimiento de los demás. Eso era cierto no sólo en el caso de Heinz, sino también en el del ya fallecido ‘Cazador de Vampiros’ Bormack Gordan, Randolf ‘el Verdadero’, el ‘Trueno’ Schneider, e incluso Vandalieu.
Si los actos no estaban definidos por las leyes, y todos los actos eran pecados, entonces el mundo no estaba lleno más que de pecadores.
Jarodipus se rió alegremente. «¿Qué tiene eso de extraño? ¡Soy el Dios Maligno de las Cadenas Pecaminosas! No soy un dios de la ley ni un dios del perdón. ¡¿Realmente crees que hay alguna razón para que yo siga las reglas de la ley y el orden en las que tú crees?!»
«¿Vas a ir a Alda a llorar por lo poco razonable que soy? Adelante, inténtalo. ¡Que lo intente a ver si me cabe alguna estaca más!».
Jarodipus, el Dios de las Cadenas Pecaminosas, no prestó atención a las quejas de Edgar. En su lugar, un incontable número de cadenas que antes no estaban allí aparecieron en el espacio que había entre él y Bellwood.
Tanto si Heinz optaba por volar como por rodearlas, no había forma de que avanzara sin tocar las cadenas.
«¡¿Qué?! ¡¿Has hecho más cadenas?! ¡Qué cobarde!» Gritó Edgar.
«No, esas cadenas siempre han estado ahí, sólo que no habíamos podido verlas hasta ahora. Estoy segura de que Heinz lo sabía y sabía que los trucos baratos no servirían de nada», dijo Diana. «¡Heinz, dame un momento! Te haré un hechizo».
Diana lanzó un encantamiento de atributo vital que mejoraba la fortaleza mental del objetivo. Pero, aunque las cadenas sólo poseían fragmentos residuales del poder que se había utilizado contra Bellwood, seguían siendo una autoridad divina. Contra ellos, el hechizo de Diana sólo proporcionaba una pequeña tranquilidad.
Sólo aquellos que poseyeran la habilidad «Anulación mental» o una estructura mental diferente a la de los humanos podrían resistir las cadenas.
Pero gracias al pequeño consuelo que le proporcionaba el hechizo de Diana, y a su propia fuerza de voluntad, Heinz lanzó un grito enérgico mientras daba un último empujón, dando un paso tras otro hasta llegar finalmente a Bellwood.
«Soy consciente de que soy un pecador, incluso sin que me lo hayas enseñado», declaró mientras tocaba el hombro de Bellwood.
Al momento siguiente, se vio envuelto en la oscuridad.
«¿Qué es esto? ¿Qué es este lugar? ¿Dónde están todos? ¿Dónde está Bellwood?»
Sus alrededores estaban pintados en un solo tono de negro, como si fuera una noche completamente sin luz. No había ni rastro de sus compañeros ni del Dios Maligno de las Cadenas Pecaminosas.
Pero Heinz oyó una voz.
«¿Por qué intentas despertarme?», preguntó en voz baja, y Bellwood apareció ante Heinz.
«Ya veo. Estoy dentro de tu mente», se dio cuenta Heinz.
«Así es. Si mal no recuerdo, tu nombre es Heinz, y eres el héroe que ha sido elegido por Alda-sama… Entonces, ahora que has aprendido la verdad, ¿por qué intentas despertar a un pecador como yo?». preguntó Bellwood.
Al tocar a Bellwood, Heinz había sido lanzado a su mente, la mente de un dios heroico.
Pero lo que más desconcertó a Heinz fue lo débil que era Bellwood, tan débil que resultaba difícil creer que fuera un dios.
«Es porque… te necesitamos», dijo Heinz. «Hay alguien con quien necesitamos hablar. Y, si llega el momento, aunque sepamos que está mal hacerlo, tenemos que detenerlo».
Bellwood guardó silencio durante un largo rato… y entonces empezaron a brotar lágrimas de sus ojos cerrados.
Heinz jadeó.
«He echado un vistazo a algunos de tus recuerdos», dijo Bellwood. «Lo siento… Al fin y al cabo, todo es culpa mía. Verás, soy un ser que no causa más que daño a este mundo».
«¿Qué quieres decir con eso?», preguntó Heinz. «Eres el líder de los campeones que salvaron este mundo. El dios de los héroes».
Todas las personas del mundo admiraban a los siete campeones desde la infancia.
El líder de esos campeones, Bellwood, se estremeció enormemente ante las palabras de Heinz.
Y entonces, los pensamientos y recuerdos directos de Bellwood comenzaron a inundar a Heinz.
• • •
Cuando me eligieron campeón y vine a este mundo, me alegré tanto que sentí que podía volverme loco.
No era más que un simple estudiante, y un líder entre unas pocas docenas de personas como mucho. Y, sin embargo, se me concedieron poderes que me otorgaban capacidades físicas sobrehumanas y la capacidad de lanzar libremente hechizos que eran como pura brujería.
Me convencí a mí mismo de que me había convertido en una gran persona. En mi propio mundo, había estado rodeado de adultos que me obligaban a renunciar a mis ideales y a hacer concesiones, y otras personas de mi edad apartaban la mirada y no se esforzaban por hacer lo correcto. Creía que en este mundo podía hacer realidad mis ideales sin dejarme arrastrar por esa gente y sin tener que renunciar a ellos. Creía que podía hacer lo correcto sin hacer concesiones.
Luchar en la guerra contra el Rey Demonio con mi vida en juego sólo hizo que ese sentimiento se hiciera más fuerte. Los elogios que me dedicaba la gente después de cada batalla y las palabras de consuelo y agradecimiento que me dirigían tras cada derrota me hacían sentir que era alguien especial que había sido elegido con un propósito. A medida que me sentía más poderoso día a día, mi sensación de ser un elegido se hacía más fuerte. El hecho de que los del otro bando fueran monstruos grotescos me convenció de que tenía razón, aumentando mi confianza en la creencia de que eran mi enemigo.
Cuando despertaron mis habilidades como Guía, estas creencias se convirtieron en verdades ciertas en mi mente. El trabajo que obtuve fue el de ‘Guía’. Zakkart se convirtió en «Guía Unido» y Nineroad en «Guía Perpetuo». Normalmente, el nombre de la senda de guía va antes de «Guía» en el título del trabajo, pero el mío era simplemente «Guía», sin senda. Me convencí a mí mismo de que el mío era el origen de todos los trabajos de tipo Guía y que me había convertido en la forma más simple y básica de lo que es un «Guía».
Por eso me enfrenté numerosas veces a Zakkart, el campeón de Vida. Su actitud era exactamente la que yo odiaba, la misma que tenían los adultos del mundo del que procedía, los que me obligaban a hacer concesiones y a renunciar a mis ideales. Cuando supe que Zakkart era originalmente un hombre de mediana edad cuyo envejecimiento se había invertido al convertirlo en campeón, pensé: «Eso lo explica todo», y empecé a mirar a Zakkart con desprecio.
Cuando Zakkart convenció a docenas de dioses malvados del ejército del Rey Demonio para que cambiaran de bando, inventó armas de fuego que podían usarse en este mundo e incluso intentó desarrollar armas nucleares, Alda y yo nos opusimos vehementemente a él.
Yo tenía algo más que una vacilante sospecha de que Zakkart era un ser aún más peligroso que el Rey Demonio.
Pensé que lo natural era que mis aliados y yo luchásemos en un campo de batalla lejano mientras Zakkart hacía sus intentos de construir armas nucleares.
Como resultado, Zakkart y otros tres campeones fueron atacados y el Rey Demonio les rompió el alma, y eso me apenó mucho. Lloré y juré que haría lo correcto para que algo así «no volviera a ocurrir».
Y entonces derroté al Rey Demonio. Todos estaban unidos y trabajaban juntos, y yo luché junto a ellos. Muchos murieron y sólo sobrevivieron unas tres mil personas, pero conseguimos proteger el mundo.
Ofrecí mis plegarias a los que se habían perdido y juré con mis compañeros y mis esposas que tales sucesos «no volverían a repetirse» y que protegeríamos a todos «la próxima vez».
Juré a Alda y al resto de los dioses que devolveríamos este mundo a su estado ordinario y puro—a como era antes de la llegada del Rey Demonio Guduranis—para asegurarnos de que los sacrificios de los que se perdieron no fueran en vano.
Pero me sentí muy abatido cuando Vida-sama y los dioses malignos se marcharon, llevándose con ellos a una parte de la humanidad, incluidos Zorcodrio-san y Erpel-kun, a pesar de estar en una época en la que el mundo necesitaba que todos aunaran sus esfuerzos.
Cien años después, me enteré de que había dado a luz a monstruos que llevaban la sangre de dioses malignos, e incluso reconocía a monstruos como los Orcos Nobles -criaturas que debían ser exterminadas—como sus propios adoradores, si eran lo bastante inteligentes. Fue entonces cuando pensé que nos había traicionado.
Necesitábamos devolver el mundo a su estado original, pero ella se oponía.
Por eso les dije a mis aliados que teníamos que exterminar a las abominaciones engendradas por Vida-sama y sellar a todos los dioses malignos. Que, si hacíamos eso, Vida-sama seguramente entraría en razón.
Alda-sama estuvo de acuerdo conmigo (Bellwood no lo sabía en ese momento, pero fue porque Alda quería destruir el sistema del círculo de transmigración creado por Vida), y comenzó una segunda guerra santa.
Cuando nos enteramos de la verdadera intención de Vida-sama—crear razas poderosas de personas capaces de sobrevivir en el mundo actual porque devolver el mundo a su estado original sería imposible de lograr inmediatamente—, incluso sentí rabia. La decisión que tomó Vida-sama era lo que más odiaba: renunciar a mis ideales y transigir*.
TLF: Esta palabra es un verbo intransitivo, se refiere a Admitir o aceptar una persona la opinión o las ideas de otra en contra de las suyas propias, a fin de llegar a un acuerdo.
Cuando encontramos a Zantark-sama, sentí desesperación. A pesar de haber llegado a fusionarse con dioses malignos para sobrevivir, se interpuso en nuestro camino, habiendo perdido la cordura y olvidado lo que es la justicia. Sentí verdadera y sincera simpatía por Farmaun, por su desgracia de haber sido elegido por semejante dios.
Cuando descubrimos al Zakkart no muerto, sentí resentimiento. Como verdadero campeón que era, al ver a un antiguo campeón convertido en No Muerto sentí como si yo también hubiera sido profanado.
Cuando supe que Zorcodrio-san y los demás se habían convertido en vampiros de raza pura, sentí pena desde lo más profundo de mi corazón. Me dije a mí mismo que los amigos que había conocido habían desaparecido, y que lo único que podía hacer por los humanos que una vez fueron era destruir a los monstruos en que se habían convertido.
Pero nuestra guerra santa no fue bien. Restos del ejército del Rey Demonio, como Hihiryushukaka, el Dios Maligno de la Vida Alegre, y Luvesfol, el Dios Dragón Maligno Furioso, interfirieron.
Vida-sama, Zantark-sama y las abominaciones supervivientes… las razas creadas por Vida, escaparon.
Aun así, no me rendí y seguí trabajando con mis compañeros por el bien de este mundo. Nos trasladamos al continente Bahn Gaia y fundamos allí naciones para poder vigilar a Vida-sama, que había escapado entre las montañas y creado una barrera.
Derrotamos a tantos monstruos como estrellas hay en el cielo, dimos caza a los miembros supervivientes de las razas de Vida que estaban escondidos y sellamos a los dioses malvados.
Después de convertirme en dios, quedé incapacitado para luchar en la superficie de Lambda. Pero apoyé a la gente que luchaba contra las amenazas en la superficie del mundo enviándoles Mensajes Divinos y concediéndoles mi protección divina, y me dediqué a luchar contra los dioses malvados.
En ocasiones, la gente iba demasiado lejos y se creaban víctimas, pero… yo creía que el deber de un dios era perdonar sus tonterías y seguir guiándoles.
Pero cuando descubrí al Dios Maligno de las Cadenas Pecaminosas e intenté sellarlo, fui consciente de mis pecados por primera vez.
Nunca he sido alguien que pueda considerarse «grande». No era más que un payaso insensato que fingía ser el tipo de campeón que tenía por ideal, ebrio del poder que me habían otorgado. Me convencí a mí mismo de que soñar con ideales irrealizables es el acto de un corazón puro; lo correcto. Nunca presté atención a los que me rodeaban.
Zakkart y los demás eran mucho más dignos de ser campeones que yo.
Si hubiera tenido los ojos más puestos en la realidad y hubiera priorizado a mis compañeros y la protección del mundo por encima de mis ideales, habrían sobrevivido a la guerra contra el Rey Demonio muchos más que los escasos tres mil que lo hicieron.
Y fue culpa mía que Vida-sama nos abandonara. Fui yo quien instigó a Farmaun a derrotar a Zantark-sama. Fui yo quien masacró a las razas de Vida y a los monstruos que pertenecían a su facción, y fui yo quien enseñó a mis compañeros y a mis adoradores que eso era lo correcto.
Desde el principio, «devolver el mundo al estado puro en el que se encontraba antes de la llegada del Rey Demonio» fue un ideal del que no tenía derecho a hablar jamás. Después de todo, cuando llegué a este mundo, el Rey Demonio ya estaba aquí.
• • •
«Eso es… Esto es…»
Heinz se quedó sin habla ante los pensamientos de Bellwood que inundaban directamente su propia mente.
Incluso desde su perspectiva, los pensamientos de Bellwood habían sido extremadamente tendenciosos.
«Ni una sola vez he cometido el mal voluntariamente. Aunque Zakkart y los demás me parecían desagradables, nunca deseé que murieran», dijo Bellwood. «Pero ahora que lo reflexiono, nunca debí abandonarlos mientras estaban ocupados creando armas con las que derrotar al Rey Demonio, sólo porque nuestras formas de pensar no coincidían».
«Pero te afligiste por ellos desde el fondo de tu corazón -» comenzó Heinz.
«No era más que un engreído, orgulloso de mí mismo por lamentar la pérdida de compañeros con los que no me llevaba bien».
Heinz se quedó mudo una vez más, y Bellwood continuó transmitiéndole sus pensamientos directamente.
• • •
La razón por la que traté a Vida-sama como una traidora por sus elecciones, así como a Zorcodrio-san y a los otros que la apoyaron, fue porque los tuve en baja estima desde el principio. Porque no entendía que tenían emociones… que tenían corazón.
Porque me convencí a mí mismo de que yo era el personaje principal, y todos los demás eran personajes secundarios o de fondo.
Lo mismo ocurre con las razas creadas por Vida. En aquel momento, a pesar de las cualidades que tienen en común con los humanos, yo los veía como otra cosa.
Perros y peces con rostro humano… Supongo que nunca lo entendería. No los veía más que como criaturas deformes con rasgos humanos. Los consideraba seres fundamentalmente distintos de los humanos.
Lo mismo ocurre con lo que enseñaba a mis adoradores. Despreciaba los deseos de la gente de mejorar sus propias vidas. Y cuando había víctimas como resultado de mis enseñanzas, echaba la culpa a la estupidez de mis adoradores, y me regodeaba conmigo mismo por tener un corazón lo bastante generoso como para perdonarles por ello.
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«Por eso debo seguir durmiendo aquí. Te has dado cuenta de estas cosas y ni siquiera tienes treinta años. Yo soy un tonto que no se dio cuenta de nada durante más de cincuenta mil años», dijo Bellwood.
«Entonces… ¡La razón por la que predicabas que había que rechazar las razas de Vida es…!». susurró Heinz.
«Sí. Es porque contradecían mis ideales. Porque me parecían espeluznantes y antiestéticas. Alda-sama tiene otra razón para predicar esto, pero… no es una razón con la que podrías estar de acuerdo y continuar cazando miembros de las razas de Vida».
Heinz estaba profundamente conmocionado por esto. Si tuviera un cuerpo físico en este momento en lugar de estar en un estado que sólo consistía en su mente, tal vez habría perdido el conocimiento y caído de rodillas, o tal vez habría empezado a vomitar de la pura desesperación que estaba sintiendo.
Pero las siguientes palabras de Bellwood se lo impidieron.
«Por eso debo seguir durmiendo aquí», repitió Bellwood.
«… Espera un segundo. ¿Por qué tiene que ser así? No es demasiado tarde para decírselo al pueblo, ¡y para decírselo a Alda! Diles que te equivocaste», dijo Heinz.
«… ¿Y cómo haría yo eso?».
Heinz respondió diciéndole a Bellwood que debería enviar Mensajes Divinos a sus fieles, y hablar con Alda y otros dioses directamente.
Pero Bellwood negó lentamente con la cabeza. «No todo el mundo es capaz de recibir Mensajes Divinos. Sólo los fieles más devotos pueden hacerlo. ¿Y qué crees que pensarían esos devotos si recibieran un Mensaje Divino que se opusiera directamente a mis enseñanzas?».
Heinz jadeó y su expresión se endureció al imaginárselo.
Si los fieles recibieran un Mensaje Divino que les dijera que todo lo que se les había enseñado hasta entonces estaba equivocado, ¿empezarían entonces a contárselo a la gente? ¿Declararían: «Las enseñanzas de Bellwood eran un error»?
Eso no ocurriría. Si de repente oyeran la voz de un dios que rechazara totalmente las enseñanzas de la iglesia, empezarían a pensar que la voz era el susurro de un demonio, o que sus propios corazones perversos les estaban causando alucinaciones auditivas.
Quizá algunos empezarían a informar a la gente… y parecerían haberse vuelto locos a la gente corriente, y parecerían herejes a los adoradores más celosos de Bellwood.
También era quizás dudoso si Alda tomaría en serio a Bellwood o no. La comprensión de Bellwood de que se había equivocado se debía a la autoridad divina del Dios Maligno de las Cadenas Pecaminosas, a quien Alda había empalado con un número incontable de estacas.
No sería inesperado que Alda creyera que Bellwood había sido engañado de algún modo por el dios maligno.
«Pero seguro que sientes verdadero arrepentimiento y remordimiento por tus errores, desde el fondo de tu corazón. Deberías buscar un camino para expiarlos», dijo Heinz.
«… ‘La próxima vez’ y ‘nunca más’ eran cosas que me decía a mí mismo por aquel entonces. Pero eso era apartar mi atención del presente y centrarla en un futuro incierto, apartar los ojos de mi responsabilidad. No puede decirse que sintiera arrepentimiento».
Con estas palabras, Bellwood suspiró profundamente antes de continuar.
«Mis pecados no tienen fin. Fui yo quien convenció a Alda-sama, a los otros dioses, a Nineroad y a Farmaun de hacer las cosas que hicimos. El hecho de que haya miembros de las razas de Vida que hagan daño a los humanos, el hecho de que algunos Vampiros de Raza Pura se convirtieran en peones de los restos del ejército del Rey Demonio, el hecho de que los Majin detesten a los adoradores de Alda, el hecho de que los Ghouls vivan como monstruos y ataquen a los humanos… todo, todo, es porque yo los ataqué y los arrinconé. Todo es culpa mía. Y es culpa mía que tú también hayas cometido pecados».
«Eso… No pretendo culparte de eso», dijo Heinz.
Si Bellwood no hubiera decidido exterminar a las razas de Vida, no hubiera Vampiros que adoraran a dioses malignos, ni Darcia habría sido tratada como bruja por dar a luz a un Dhampir. Pero Heinz no tenía intención de culpar a Bellwood de sus propios pecados.
«No. No me refiero a eso», dijo Bellwood. «He mirado tus recuerdos y lo entiendo. El alma del niño Dhampir con el que deseas hablar contiene los fragmentos de las almas de Zakkart y los demás, que fueron rotas por Guduranis.»
«Eso es…»
La Diosa de los Molinos de Sueño le había dicho la verdad a Heinz, y parecía que Bellwood había sido capaz de discernirlo con sólo ver la apariencia de Vandalieu a través de los recuerdos de Heinz -aunque no estaba claro si esto se debía a su intuición como dios, o a que había conocido personalmente a los campeones.
«No sé por qué ni cómo. Pero dada tu reacción, parece ser cierto. En otras palabras, yo soy la razón de que exista, porque no hice ningún intento de proteger a Zakkart y a los demás», dijo Bellwood. «¿Sigue queriendo decir que me necesitas?».
Bellwood sabía que, por el mero hecho de existir, lo único que hacía era crear más pecado. Incluso intentar destruirse a sí mismo probablemente causaría algún tipo de desastre para el mundo. Siendo así, lo mejor para él sería seguir durmiendo aquí.
Estos pensamientos eran la razón por la que había continuado acostado aquí con los ojos cerrados durante cincuenta mil años.
Pero Heinz no estaba de acuerdo. «¡No puedes hacer esto! Sé muy bien que hay pecados que no se pueden expiar pase lo que pase. Pero al seguir durmiendo aquí para no cometer más pecados, ¡estás cometiendo el pecado de no intentar corregir tus errores! Entre los pecados que dices que son culpa tuya, seguro que hay algunos que ocurrieron después de que empezaras a dormir aquí», gritó.
Los ojos de Bellwood se abrieron de par en par, sorprendidos.
Alda y Nineroad le habían dicho exactamente lo mismo una y otra vez. En aquel momento, no le había dado importancia.
Pero después de aprender de la aparición de Vandalieu en este mundo, y porque estas palabras eran dichas por Heinz—alguien sobre quien Vandalieu intentó vengarse— sonaron muy convincentes a él.
«… La razón por la que mi guía no tiene nombre es porque no hago más que guiar. Guío por el mero hecho de guiar, pero no lleva a ninguna parte. Aquellos que me siguen simplemente deben seguir caminando y caminando, hacia un ideal que no pueden alcanzar, aunque caminen durante toda la eternidad; hacia una realidad que no pueden ver, hasta que sus piernas se convierten en polvo. Ese es el tipo de guía que es. Por lo tanto, puede tener efectos indeseables en ti», dijo Bellwood. «¿Buscas mi ayuda a pesar de ello?».
La guía de Bellwood estaba especializada en incitar al conflicto. Tan especializada que se había engañado incluso a sí mismo, que era quien incitaba.
Tras convertirse en dios y abandonar la influencia del Sistema de Estatus, este efecto se había anulado, pero… el carisma que poseía como dios heroico al que adoraban las masas ya estaba en el punto de ser una maldición.
Era capaz de convertir a humanos de voluntad débil que no estaban bajo la influencia de ninguna otra guía en fanáticos adoradores con sólo hablarles.
«… Necesitamos vuestra ayuda», dijo Heinz. «Vuestros errores serán corregidos por nosotros, la facción pacífica de Alda. Por favor, prestadnos vuestra fuerza».
Al oír la afirmación de que sus errores podrían ser corregidos por la facción pacífica de Alda, Bellwood parpadeó y miró fijamente a Heinz.
«Muy bien. Al menos os proporcionaré ‘fuerza’. No responderé a nada, no te mostraré nada y no te proporcionaré ninguna orientación», dijo por fin.
Y con eso, desapareció en la oscuridad.
• • •
Para cuando la conciencia de Heinz volvió a su cuerpo, las cadenas que envolvían a Bellwood se habían roto y habían salido volando.
«No he despertado como un dios, sino como una forma de fuerza para ti. Así, residiré dentro de ti. Usa mi fuerza cuando la necesites», dijo la voz de Bellwood.
Con eso, Bellwood se convirtió en partículas de luz que desaparecieron en el cuerpo de Heinz.
«Pero necesito hablar con Alda-sama, Nineroad y Farmaun, así que no puedo quedarme aquí para siempre», añadió, hablando dentro de la cabeza de Heinz.
No parecía que Bellwood fuera a volver a dormirse.
«¡¿Bellwood ha sido… resucitado?!». jadeó Delizah.
«Parecía algo extraño, pero… ¡lo has conseguido, Heinz!». exclamó Jennifer alegremente.
Los demás habían estado observando con la respiración contenida, pero finalmente dejaron escapar vítores de alegría.
«… ¡No te dejaré!» interrumpió Jarodipus.
«¡Duerme con mi cuerpo por toda la eternidad!», gritó su otra voz.
El sonido de las cadenas volando llenó el aire.
«¡Pensé que estaba empalado por las estacas y no podía moverse!» gritó Edgar sorprendido.
Ignorándolo, Jarodipus golpeó a Heinz y Bellwood con sus cadenas, intentando sellarlos junto con él.
Durante cincuenta mil años, el pueblo le había rezado, y había llegado a amar este mundo.
Sus adoradores eran personas retorcidas que no podían calificarse de ordinarias: el tipo de gente cuyos corazones ardían en deseos de venganza, los que no dudaban en matar a otros por odio, y los que recibían pagos de tales individuos para llevar a cabo tales actos de venganza en su nombre.
Pero Jarodipus había llegado a conocer el amor y el odio que sentían esos humanos retorcidos, y a su manera, los amaba a ellos y al mundo en el que vivían.
Por eso había soportado esta tortura durante cincuenta mil años. La satisfacción de saber que haciendo dormir a Bellwood estaba salvando la vida de muchos le proporcionaba una sensación de satisfacción que le hacía olvidar el dolor que le causaban las estacas.
Precisamente por eso había conservado una ínfima parte de sus fuerzas: para el improbable caso de que Bellwood despertara.
«¡BELLWOOOOD!», bramaron las dos voces de Jarodipus.
Aunque realizar este único ataque le obligara a caer en un letargo que duraría toda la eternidad, arrastraría a Bellwood con él. Había tanto espíritu y vigor en este ataque que ni siquiera Edgar podía alcanzarlo.
Pero Heinz no lo necesitaba.
«Golpe Verdadero Radiante Destructor del Mal».
Un solo golpe de su espada fue todo lo que necesitó.
Las cadenas mortales fueron cortadas, y el cuerpo de Jarodipus fue cortado en dos.
«Un ser incapaz de ser consciente de sus propios pecados ha despertado…»
«Oh mundo, por favor, supera esta calamidad. Pero supongo que… sigue siendo mejor que Guduranis resucitando.»
Estas fueron las últimas palabras de Jarodipus. Las estacas que empalaban su cuerpo temblaron, luego se clavaron más profundamente, crucificándolo e inmovilizándolo con más fuerza contra la pared de la Mazmorra. Cuando todo terminó, él y las estacas quedaron completamente planos, como si fueran un cuadro.
Y así, el Dios Maligno de las Cadenas Pecaminosas fue sellado.
«¡Todos, tengo mucho que contaros, pero… primero, volvamos fuera!» dijo Heinz.
El resto de los Cuchillas de Cinco Colores vitorearon.
Para los fragmentos del alma del Rey Demonio que dormitaban dentro de Edgar, la resurrección de Bellwood era un resultado deseable.
Al principio, los fragmentos del alma del Rey Demonio habían sentido odio hacia Bellwood, pero… en su estado actual, ni siquiera merecía la pena sentir resentimiento hacia él. Esto estaba bien, siempre y cuando terminara en que el ser que más odiaba, Heinz, y Bellwood fueran todos destruidos mientras luchaban entre sí.
El ser que más odiaba era… Vandalieu.
Guduranis aún no había renunciado a resucitar, y su cuerpo era una parte de él que necesitaba recuperar como fuera. Vandalieu se lo estaba robando y absorbiendo.
Para Guduranis, Vandalieu era una amenaza aterradora, incluso más que Bellwood y Alda, que hasta ahora sólo habían conseguido sellar los fragmentos de su cuerpo.
No podía perdonar a Vandalieu. Por el bien de su resurrección, Vandalieu era un ser que debía ser destruido.
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