Prólogo
Kou Kaguro abrió sus ojos violetas.
En ellos corría sangre carmesí.
Sus pulmones habían estallado, su cráneo se había roto. Tenía el abdomen desgarrado y los órganos desparramados. Tenía las piernas dobladas y rotas. Pocas partes de su cuerpo permanecían enteras. Como era natural.
Unos segundos antes, estaba indiscutiblemente muerto.
Pero había resucitado. Sus heridas empezaron a cicatrizar, aunque él no se dio cuenta. La sangre goteaba de las puntas de su pelo negro. Mientras todo esto ocurría, Kou contemplaba con asombro lo que veía.
A su alrededor había dispositivos mecánicos incrustados en la espesa vegetación, pero carecía de los conocimientos necesarios para determinar qué eran.
Este lugar había sido originalmente una cúpula parecida a una jaula de pájaros. La estructura era muy decorativa, hecha de un armazón de metal negro desconocido y cristal reforzado. En el centro había una extraña caja de cristal, aún intacta, que parecía un ataúd.
Una chica se sentó dentro de la caja. Tenía los labios teñidos de rojo por la sangre de Kou Kaguro, que había salpicado la zona al caer.
La tragó lentamente.
Unas alas brotaron de su espalda. Eran extrañas y mecánicas, y no encajaban con su piel blanca. Rasgaron su carne y se desplegaron, llenando la zona que la rodeaba. Hubo un destello de luz azul y un sonido áspero y chirriante de maquinaria en funcionamiento. Las malvadas piezas metálicas brillaron. Pero entonces las alas se plegaron en un abrir y cerrar de ojos, desaparecieron por completo y volvieron a su cuerpo como si nunca hubieran estado allí.
Parpadeó lentamente y miró hacia Kou.
Sus ojos azules eran como el cielo, su pelo blanco como la nieve.
Sus brazos y piernas eran gráciles, y la complexión esbelta pero templada de su cuerpo hacía pensar en una espada de acero.
La hermosa muchacha extendió la mano. Kou movió instintivamente el brazo en respuesta. Un intenso dolor recorrió todo su cuerpo, pero levantó la mano. Aún estaba demasiado lejos.
Al ver esto, parpadeó. Cortó los cables conectados a su cuerpo y avanzó. Cuando llegó hasta Kou, le cogió de la mano y volvió a abrir sus alas mecánicas.
La vegetación que la rodeaba estaba cortada y desgarrada. Millones de pétalos revoloteaban. Flores blancas, casi plateadas, revoloteaban por el aire.
Se congelaron momentáneamente antes de caer en picado al suelo. En medio de esta escena sagrada, la muchacha se arrodilló.
Apretó los labios contra los dedos de Kou.
—A partir de este momento, eres mi maestro. Mis alas te pertenecen. Estoy encantada de conocerte, mi amado. Y cuánto te he esperado. Mi nombre es Princesa Blanca. Mi alias es Curtain Call.
Como un caballero de leyenda, como una princesa de cuento de hadas, la chica despertada hizo un juramento.
—Aunque llegues a estar roto, vencido o perdido, yo estaré a tu lado por toda la eternidad.
En ese momento, se casó con el fin del mundo. Era un cuento de hace mucho, mucho, mucho tiempo.
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